jueves, 14 de febrero de 2008

Male-detto


Los hombres son pocitos de agua que van derramándose por entre las grietas de anacrónicas calles adoquinadas bajo imperios de alucinaciones de gigantes figuras de molinos ácidos que utilizan el petróleo como motor inmóvil para moler los sueños, las felicidades, la risa, la libertad, lo humano, tan sólo para lograr esa materia común de verdes papeles embrujados que cargan con las innumerables maldiciones pronunciadas por miles de pueblos trozados, tasajeados, desmembrados de sus cabezas adormiladas y ligeras de libertad, de sus ojos de vaticinios aún pegados al misterio a pesar de haber atravesado a la muerte, mutilados de sus manos alfareras y alquimistas, que se alargaban hasta tocar a la luna, pellizcándole alguno de sus misterios y de sus lácteas inconsciencias en que se podía llegar hasta el mismísimo abismo de los espíritus donde quedaban abolidos los principios, las finalidades, las causas, explicaciones y todas las demás herramientas inútiles de los sueños insomnes de occidente que no conocen la tregua del descanso; torturados y quemados sus pies de animal ligero en huída perpetua, perseguidos por la boca de oscuridad y plomo que siempre tiene hambre de trofeos y maravillas, tragando a sus víctimas transformadas en piedras, minerales y reliquias muertas que al llegar al estómago del capital y a las vísceras de un cuerpo flojo, abstracto, imperial y siempre sediento, las poseía y creía como metales y joyas preciosas sin saber en ellas sus maldiciones, malos agüeros, azares de catástrofe, realidades de muerte y al ser depuestas por los anos de las imprentas fluyen en ríos de papeles inútiles y pesados como el plomo homicida, como los años de sangre humana y la negra sangre de la tierra, funestos como deseos de fuego y suicidio que van evaporando a los pocitos de agua (a esos charcos encorvados, minúsculos, sucios, con ansias de ser océanos invencibles y azules) a través de los adoquinados mitos de los cielos, de las adoquinadas noches quebradas de estrellas o pesadillas de sol desbordándose de mujer en hombre, de charco en charco, estrellándose contra las acciones invisibles de las mil maldiciones, quebrándoles como lo suelen hacer los espejos sin entender los secretos de las grietas o de las fuerzas que logran imitar el impacto de la caída, como lluvia o satanes de los adoquinados mitos del cielo, ni menos comprender las respuestas a que el frío sea tan conquistador y que ni el infierno invocado por las fábricas tenga el suficiente calor como para despertar de esa vigilia de gris y blanco a los pocitos aterrados tiritando sus últimas gotas de aliento; todos empozados entre los envenenados papeles cargados con todas las voces de la nada, de los caos cotidianos y de las destrucciones más naturales como venganzas líquidas de los hijos de la tierra, cuyos cuerpos y sangres fueron los pigmentos dibujantes de los hechizos tatuados sobre las superficies de papel a las que se llaman valor aquí y allá mientras lo desconocido que se les puebla a las imágenes de esas superficies cansadas no es ninguna plusvalía ni ley o razón, sino una cacería milenaria que aún continúa cortando el viril árbol de las raíces de los hombres, despellejando su piel de tierra, sus paraísos cotidianos, robándoles su propio tiempo, para que luego los deseos y ambiciones perversas de algunos pocitos habitantes de la mirada de cacería, la razón y las neuronas de los molinos descubran sus castraciones, mientras se deleitan en su vertical Norte donde el artificial clima está empozado entre cuatro paredes como ellos empozados también están entre las estructuras negreras para no derramarse entre los adoquines de las calles cotidianas ni por los adoquinados mitos del cielo o los adoquines que se van introduciendo por las vulvas de las millones de mujeres violadas en la misma cacería cercenadora de hombres, violadas por la misma puntería engendradora de esos papeles que queman o congelan a los pocitos de agua sucia gritando como gritan los dolores con sonidos inhumanos de las mujeres con sus vientres abiertos y su vida cerrada por el último impulso que riega el semen de pólvora para que nazcan niños-bomba refugiados entre las maldiciones de las superficies carcomidas y putrefactas de estas ciudades de papeles para explotar en plazas llenas de pocitos de agua escapando entre los adoquines del sueño de la muerte, esa muerte que no conocen los del norte vertical pues tienen sus píldoras para controlar la última pesadilla que es la que dispara la cada vez más glotona y ancha puntería de cacería con sus Apocalipsis de hambre, sus esperanzas de suicidio, las pobrezas que estallan como napalm y arden levantando las heridas que no conocen cura, sus biblias de días finales, los delirios de genocidio plantados en los dibujos de niños que son realmente genocidios de pueblos enteros escritores del libro del olvido de la Historia y cuyos nombres están impresos en listas imposibles de adoquinados silencios entre los cuales aún se escuchan sus voces apagadas dejando salir sus maldiciones entre las líneas escondidas y las notas al pie de página borradas al recuerdo, sus escorpiones suicidas de guerras santas armadas contra los millones de pocitos de agua asustada, acorralada, pues al acabar la puntería cíclope, que es un ducto de petróleo, con todos los hombres y mujeres afuera de los mapas de los imperios de edificios donde se imprimen del sudor, de la esclavitud, de la sangre, los papeles que llevan y esparcen estas maldiciones milenarias entre sus homicidas signos, entonces se caza a los mismos esclavos que son pocitos de agua diluyéndose entre los adoquines maldichos de estas palabras...

4 comentarios:

Silvia Piranesi dijo...

gráfico de un grito sin respiro, termina leyéndolo uno igual que un grito. Estos adoquines del laberinto me recuerdan o me hacen inventarme una imagen de árbol con raíces de petróleo, tronco de agua, ramas de hombres, frutos de mujeres, hojas suicidas y negras que se marchitan y caen a la tierra-imperio-pasado, regenerando la sangre que a su vez vuelve a gritar dentro de las raíces de petróleo que llegan al tronco de agua que a su vez..

Anónimo dijo...

Chin,
me sobraron adjetivos pero el texto es bueno. Estoy de acuerdo con Sil, se lee como un grito.
quiero más

Clarin de nuevo

Anónimo dijo...

Male-detto, como que lo maldito fuera lo mal-dicho: el logos. Y como se trata de hombres que son pocitos de agua acorralada y asustada, como que se riegan sus vasos y se desperdigan por las aceras.

rolando dijo...

Gracias Silvia, y reescribiste el poema entero en tu pequeño comentario, genial!
Y Clara, tuanis, que dicha que también te gustó ese grito, fue un "grito" escrito cuando terminé de leer Hombres de Maíz, de Asturias y supongo que eso habpia quedado ahí, queriendo salir.
Y a Jethro siempre le ha gustado este texto, verdad? Ya lo tiene en versión digital...