lunes, 18 de febrero de 2008

II. Sábado. Un poeta se sueña

En el corredor del sueño te encuentro y por la expresión que me regalan tus sentimientos pregunto:
¿Adónde te duele?
Me señalas las multiplicaciones de tu pecho abierto, sangrando una marea de sombras y recuerdos, unas infértiles semillas y un poco de arena. Luego me muestras las divisiones de tu mente, como señalando al acusado; intentas ofrecerme, sin que yo comprenda, un puñado del dolor sentado sobre tu mano derecha, gestado en el suficiente tiempo de tus insomnios de naufragio.
Abres un escenario entre tus ojos y mil escenas danzan mostrándome sus historias. Hay algunas tímidas que se esconden entre el aroma aún húmedo de ella; otras, hechas de fuego, cuentan las hazañas y aventuras de una pasión de niño que se perdió jugando al escondite con una pequeña, con una niña bosquejada con los tenues trazos de un pasado escondido entre los caracoles de tu memoria.
Cierras tus párpados y los coses con lágrimas. Compiten en ambas mejillas dos bólidos que se caen del cielo de tu lánguida mirada, pero una sonrisa inesperada les atrapa en pleno vértigo y tu boca prueba la sal, a la que ya se va acostumbrando. Un melancólico cigarrillo aún prendido en tu cenicero, es el único ser con vida en tu cuarto.
Sacas una rosa marchita de tu bolsillo, la pones bajo mi nariz, pero de su antiguo aroma sólo polvo queda y me recita de días y noches en que te balanceabas por los pétalos abiertos de ella, disfrutando el éxtasis eléctrico de la existencia; duermes la muerta sobre el altar de tu mesa de noche y espera.
Abres un pequeño cofre de madera, tallado con las tragedias y los elefantes plata que siempre te siguen de cerca. Sacas unas hojas y una máscara sonriente. Vistes la máscara sobre tu rostro que es una piedra quebrada por los siglos y me das una lista de tus amores: pero todos los nombres son uno mismo y te ofrezco la sonrisa con la que se compadece a los locos.
Tu mirada de silencio me dice muy bien que he sumado a tus dolores la injusticia del desprecio. Entre nosotros no debe haber desprecios, ni equinas carreras de venganza o la ponzoña de la envidia, entre nosotros no hay despreciados ni locos, tan sólo oídos dispuestos, un abrazo de náufragos y una despedida que pudiera siempre ser la última.
Ya olvidas, pero me muestras aquello que no tiene la redención de ser olvidado, en tus pálidas hojas blancas. Ahí está el imposible que nunca tendrás, retratado en unas cuantas palabras, en unas cuantas cientos de hojas. Se te sale un suspiro que baila por los aires remedando a las aves y posándose sobre las cumbres de tus melancolías atadas a las imágenes de tus pasados.
Tienes en tu rostro una epifanía retratada, mientras me entregas las hojas en donde cantas a una ninfa que era una mujer y tenía una niña adentro: la niña-bosquejo que jugaba con tu pasión. Nacía en ti el mundo: de esto hacías un coro. Se me inundaron los ojos con tus metáforas; verás: siempre he sentido muy cerca a las palabras, muchas veces incluso más cerca que a los seres de carne y éstas son los trozos que te faltan, pues ya me he acordado de ti:
Eras de esos que jugaban a la vida porque sabías que podía no ser cierta, te conocí en una época en que tus amores eran aún de papel y te besaban en sueños, reflejabas, desde el alba hasta los últimos laberintos de la noche, un constante rostro de niño y sobre todo sabías reír.
Sí, eso es lo que más recuerdo de ti: tu risa perfecta; risa en funerales, risa con lágrimas, reías entre los libros, reías sin querer y otras veces porque podías, nunca negabas una risa a la noche, reías a las adivinanzas, a los errores y a los desencuentros, tu risa sin más y que era suficiente para pensar en los albores del mundo.
Pero ahora observo tus labios de mármol frío, lápida de tu seca lengua, seca por todos los kilómetros de besos que has perdido o que simplemente no has encontrado entre las rutas de tus ausencias.
Entiendo ahora el que no hables y esa manía de versos que parecieran ser tu corazón, bombeando mil letras por minuto, oxigenando tus pérdidas, llenando tus territorios vacíos, desérticos, con pequeños charcos de tinta, remedando lo que otros han tenido en vida.
Veo en ti como en el fondo de un espejo. Tu circulación está compuesta como de desencanto y cada palabra te huele a intento. Tu problema siempre fue el capricho de la felicidad sublime, de lo puro y lo perfecto, mientras te estrellabas, una y otra vez, contra la puerta de quizás, que aún para ti continua cerrada.
Ahora haces del mundo una visión, que está ciega y que no tiene palabras de descanso para aquellas criaturas con corazones de versos.
Te sientas al limbo de las posibilidades y balanceas todas tus locuras haciendo el balance de tus experiencias: se te van cayendo, una a una, y te queda la última locura en la mano izquierda (esa que tiene los símbolos de tus dolores más ciertos): es la muerte, la única que parece querer a tu soledad, compañera que siempre consuela, amante perpetua de esos que tienen por boca unas hojas de poemas.

Caes enfrente mío y con ternura te digo:
Hay momentos en que necesitamos estar lúcidos, como después de ocho cervezas, para no caer en la trampa de los espejismos púrpuras y los profundos abismos al fondo de los vasos.
Hay momentos en que necesitamos estar lúcidos, como después de perder un poema entre las rutas de la imaginación, para que sus palabras no nos persigan como profetas de la catástrofe.
Hay momentos en que necesitamos de la lucidez, como cuando nos lanzamos a nuevas aventuras, para que los acordes de las miserias y los fracasos no nos entierren entre sus lutos.
Te lo repito, amigo, hay ocasiones en que es mejor estar lúcidos, como después de haber perdido todas las esperanzas y no fundar una nueva en la falta de ellas, para que los caracoles no nos arrastren en sus caparazones y las hormigas no construyan sus mansiones bajo nuestras casas, para no dejar de ver los bosques y escuchar a los mares: oráculos de otros futuros probables.
Pero, sobre todo, hay que estar lúcido después de ese capricho que el Destino tiene escrito entre sus guiones para todos sus habitantes: dormirnos en vida por una ninfa con existencia de mujer que como niña jugaba con nuestras poéticas pasiones, y que quizá valiera toda la ruina del mundo y más. Pero lucidez, amigo, que sin pérdidas no hay vida y querer no es una cuestión de estar presente o no; que el ritmo de la vida no se acaba durante ella y nunca sabes tampoco con quién más irás a bailar. Quizá una noche lo harás con la muerte y al amanecer siguiente sonreirás, quizás lo hagas con la locura y te enseñe algunos nuevos pasos, incluso podrías bailar con el Misterio, que da cunas a los sueños de los hombres y alas a sus acciones y voluntades.
Nada se pierde sin que se encuentren nuevos rumbos, pues no es la vida sino un cúmulo de renuncias con alguna escogencia y es en ese instante cuando nada se sabe y quizás todo se puede.
Es en el no esperado mañana donde se oculta la bella sorpresa de ser otro, aunque sea falso, porque cambiamos más rápido que las estaciones y en modo más diverso que las razas.
No vuelvas el rostro hacia la mesa de noche y de espera: ella tan sólo guarda los silencios que ya conoces. Toma la almohada que te embarcará por el paisaje posible de ti mismo. Calla a tus ideas y si quieres pide un deseo. Arrulla tus marítimos párpados y deja que la respiración sea tu última búsqueda.
Escucha:
Un poeta se ha soñado.
Ahora despierto.

2 comentarios:

Silvia Piranesi dijo...

dos cosas simples de este sábado: "adónde te duele" y el "éxtasis eléctrico de la existencia".

hay cosas que se pueden decir sin decir. me parece que talvez te excediste un poco, manía de versos dijiste, con esa idea podés inventar un círculo sin dar vueltas. :)

rolando dijo...

Sí, ese poema es un desangrarse en palabras y sí, le siento el exceso, algún día lo corrijo... Muchas gracias por las observaciones.