jueves, 28 de febrero de 2008

Contigo

Te miro desde otro lado de la vida:
donde los acordes no tienen ninguna melodía,
cada tiempo está presente en ficciones propias,
y las palabras están ya todas dichas.

Cuando la presencia tiene una única existencia,
y no hay más sentidos que el instante en fuga,
la espontaneidad de quienes somos se rima.
El miedo entonces se acerca, ¿qué hacer?

La pesadez de la máscara.

El peso más abrumador de todos es el fingimiento:
vida de actor, de poetas, de errantes y náufragos.

Vida de todos los días de cualquiera: el eterno fingimiento, la infinita deuda nunca pagada que nos obliga a escondernos de todos los demás porque no sabemos, o ya olvidamos quiénes éramos, si es que alguna vez lo fuimos.

Perdimos los pasos, y mi rumbo encontró el tuyo…

Se miraron las pupilas, como intentando descubrir en el otro una señal de confirmación de sí mismos, buscando entre los profundos colores cualquier participación apenas presentida de un algo misterioso que pudiera llevarlos al rincón de los milagros, una sola señal que les abismara entre siglos de separación. Perdida la esperanza del contacto sublime cayeron sus anhelos y fueron las manos, eternas arquitectas sin obra, las que ambos ubicaron…

Primero fueron los temblorosos movimientos presintiendo la cercanía y el extraño calor que emana de otra piel….

Entonces…

Pinté un retrato de tus abstracciones
entre las palabras de un escenario sin más que yo.
Ubiqué los puntos de encuentros azarosos
en las coordenadas de nuestros mitos,
en las historias de las posibilidades que podrían llegar.

Supe en ese instante que el mundo es cuanto queremos,
tan grande como solamente nosotros
o tan pequeño como la tierra y las cosas que le habitan.

Probé a salirme de sus límites, de mis propios…

La luna aullaba una melodía que encantaba mis sentidos de lobo, y el árbol milenario calló sobre la superficie de un cenicero donde estaban mis cigarrillos y mis suspiros de más… de cualquier cosa que pudiera llevarme hasta el cielo donde la noche coronaba con su silencio todas las palabras que no me salían, donde su esfera era algo tan hermoso que yo sin salida me encontraba gravitando alrededor de mis locuras practicadas cotidianamente en las concavidades de un azar llamado vida y donde las estructuras eran todas ajenas a mí y no tenía porqué seguirlas, porqué darles la razón de una oración ni el tributo de un dios porque todo cuanto nos rebase tiene el inconveniente de ser útil para los demás pero nunca para uno mismo y por ello entonces busqué los desiertos y los anonimatos más lúgubres para sentir la libertad de los pasos y de las ideas y no pensarme con la balanzas de los prejuicios ni de las formas en que se categorizan los sentimientos o las presencias demasiado ausentes para ser ciertas entonces las intuiciones de una muerte no arriban a la costa de mis delirios y todo el ancho horizonte es una risa que llega pasiva desde el borde de la realidad y te llama hasta su seno donde quizás puedas dormir o despertar y lo mismo da ya que no importa el tiempo pues es un reloj que se derrite en la carne y el espacio es cuánto ocupe el cuerpo siendo el universo lo bastante infinito como para que las cerradas ecuaciones que constituyen la esencia inventada de un ser puedan encontrar su lugar siempre móvil en las piezas de un mecanismo sin fines ni principios

Azar puro que todo comienza y ante el cual sólo comprendemos cerrar los ojos: el límite de llegada de una cosa cualquiera a un lugar imposible desde no importa dónde porque a la deriva fueron precisamente todos los dioses que existieron en las imaginaciones de suspiros que eran hombres y creyeron ser pero las apariencias toman las formas que escojamos y entonces…

Ahí estabas aún…
no sé cómo, ni cuánto. Yo no sabía, tú tampoco
y el escenario mantenía sus secretos,
las manos estaban abrazadas, como amantes,
sonreíste a mis últimas palabras…

Yo tomé ese gesto, lo guardé para siempre
y cada vez que me ausento entonces te recuerdo,
aunque no lo sepas ni yo te lo haya dicho
eres una razón y quizás la única para mi sonrisa,
el sentido que he inventado para seguir creando,
en breve: eres la luna que aúlla,
eres la melodía que no poseo… eres lo que soy….

2 comentarios:

El Pobre dijo...

Este poeta también es un fingidor

rolando dijo...

Fingidor como en Pessoa?? Creo que esta vez fui yo quien no entendí, jaja.