domingo, 17 de febrero de 2008

Escribano visita la esquizofrenia

Cayó por los siglos, cayó entre los símbolos,
cayendo, se abismó en el paraíso,
miró fijamente a dios: era su espejo,
le quebró en varios pedazos y tuvo hermanos
que eran pequeños fragmentos de su propia imagen.

Botó el libro y el poema en su fiel cenicero negro,
las brazas aún prendidas incendiaron su mirada,
volaron cansadas palabras entre el humo,
tomó unas cuantas y le dedicó un verso al sueño,
otro a su amada, finalmente se quitó uno a sí mismo.

El pequeño escribano entonces declama:
“Ves ando de nuevo a la locura entre las hojas.”

Se revolcó en un grito fascinante y despertó
entre las concavidades de sus conspiraciones,
le pusieron la camisa de fuerza de las miradas ajenas,
pero escupió en sus cuadernos, mientras reía su retirada
hacia las cavernas internas de la imaginación.

Entre el transcurso de hacerse delirio o nube atardecida,
y los monólogos inútiles con las sombras del café
colocó a la metáfora en el beso, lengua sin entendimiento,
cuya superficie es profecía y cuya profundidad es olvido,
pero le fallaron las aproximaciones y calló en el verso.

Dijo: “Mira arte entre la nada de las palabras.
Si es así, quizás, a pesar de todo exista la redención,
pero hay que buscarla debajo de las alfombras,
en las esperas eternas de nuestros cigarrillos,
en los desamparos libres que acompañan los pasos
y no entre los silencios del cielo, las estrellas o la luna.”

¿Por qué decimos futuro,
cuando queremos decir que tenemos sueño?

Ese día dedicó un atardecer sólo a su cuaderno,
ya por la noche estaba despapelado y tenía rimas
en cada poro, en cada sonido, en cada juego.

Dibujó la espiral, el vacío y al amor sobre el aire,
mientras declamaba a la sangre, la pasión y el vino,
en la anónima esquina de un bar sin testigos.
Trazó los caminos que llevan de la profecía de la poesía
hasta la sensación de estar haciendo trampa al destino.

Sobre un descuido dedujo que no tenía identidad
y en una hoja blanca encontró la imagen de su rostro;
niño de nuevo, quiso una cuerda tendida sobre el abismo
y enseñar a sus ausentes las piruetas de la locura;
quiso la síntesis de todos los sentimientos
y tener fuego entre las palabras
para intentar la escritura de un único verso imposible.

La locura es una metáfora bella y cuesta veinte años
de sangrar continuamente por heridas imaginarias,
cuesta diez mil renuncias simbólicas sin vergüenza,
una realidad atiborrada de miseria y nihilismos,
borrar una normalidad tributable, diplomática, de tedio;
es el regalo de todo cuanto la imaginación promete
y la posibilidad abierta de todas las posibilidades
que se quedan siendo tan sólo mundos abiertos
y es por esto, y nada más, que la libertad existe.

El pequeño escribano salió del sueño del cuaderno
y el aún más pequeño autor entró en la realidad de la hoja.

El niño que juega eterno entre sus locuras, felizmente,
es el único ciudadano de un estado divino que no existe
y que quizás sea la última frontera del hombre: la propia.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Pingo, querido mío, me gustaría que la letra fuera más grande...para leerte mejor.
esta frase me encantó:
"¿Por qué decimos futuro,
cuando queremos decir que tenemos sueño?"
es como empeñarse (o despeñarse) en la abstracción

estas disecciones que uno puede hacer con los amigos de una forma tan emergente sólo el blog las permite

clarin